Cerros en llamas

Desde hace varios días ha habido graves incendios en páramos aledaños a Bogotá, humedales y cerros, así como en buena parte del territorio nacional, donde se multiplican cada día las conflagraciones. Esta situación nos permite reflexionar acerca de algunos supuestos sobre los que se funda el pensamiento que nos es familiar, el cual se asienta, en buena medida, en múltiples oposiciones o dualismos que dan sentido a lo que hacemos, sentimos y decimos.

Es sabido que una distribución de lo existente que resulta central en Occidente compete a la separación entre el dominio del espíritu (o la cultura), espacio de la libertad y la autodeterminación humanas, y la esfera de la naturaleza, sometida a mecanismos ciegos e inflexibles (las leyes físicas, las respuestas instintivas a estímulos, etc.). En cuanto que seres libres, dotados de lenguaje y capacidades especiales (pretendidamente ligadas a nuestro raciocinio y autonomía), suponemos que nosotros, seres humanos, hemos trascendido la esfera de lo puramente natural, mediante su comprensión y dominio. Somos, según este paradigma, mucho más que simples animales. Desde este punto de vista, se supone, pues, que hemos conquistado un ámbito independiente, liberado del determinismo y las limitaciones de la naturaleza.

A partir de dicho dualismo entre naturaleza y espíritu, hemos definido la esfera de lo propiamente humano sobre la base de una discontinuidad respecto de una otredad inquietante: precisamente, el campo de la naturaleza, que hemos o bien conquistado, o bien expulsado de los linderos que definen el mundo humano que nos es propio. La naturaleza conquistada comprende aquello susceptible de apropiación, un recurso que puede ser consumido, utilizado, amaestrado o sacrificado. Por su parte, por fuera de esta naturaleza domesticada, se presenta una porción de la naturaleza que resulta amenazante, indomable, salvaje. Lo silvestre, como un todo indistinto, es aquello que expulsamos de la esfera culturizada que circunscribe el mundo que habitamos.

Paradójicamente, las acciones con las que propiciamos tal expulsión de la naturaleza indómita, ese levantamiento agresivo de muros, visibles e invisibles, que definen un interior frente a un exterior que no conseguimos dominar, puede provocar que ese otro amenazante, la naturaleza que no terminamos de apropiarnos, aparezca de improviso, como una especie de catástrofe, en nuestros paisajes cotidianos. La expansión de las ciudades, así como la devastación industrial de ese exterior natural, entre otras actividades humanas ligadas al dominio y abuso de la naturaleza, se unen a las múltiples causas que confluyen en eventos como las inundaciones, las migraciones de especies o su extinción, los incendios forestales, etc. Estos eventos, que llamamos desastres naturales (a pesar de que, en buena medida, tienen un origen antrópico), afectan o trastocan el delicado equilibrio de nuestro mundo humano e incluso ponen de relieve que no estamos establecidos como especie en un reino aparte.

La crisis ambiental que se ha hecho manifiesta desde esta semana en Bogotá, así como en un gran número de municipios del país, nos permite ver el carácter ilusorio de nuestra pretendida separación e independencia respecto de la montaña y los bosques que circundan esta ciudad, que hasta hace poco nos contentábamos con contemplar como mero paisaje, como un territorio indómito del que estábamos resguardados. Esa naturaleza silvestre que dábamos por sentado, como una otredad silenciosa, se nos ha impuesto en medio de las llamas. Ese borrón en los cielos, esa indistinción, en medio del humo, entre la ciudad y el monte, puede ser un signo de una borradura de la distancia entre nosotros y el campo de la naturaleza. Que esta aparición catastrófica e inesperada de ese otro silvestre, bajo la forma de una montaña en llamas, una lluvia de cenizas y el éxodo de animales que buscan refugio en esta ciudad que los ha expulsado, nos permita concebir el cuidado de aquello que consideramos nuestro otro como un modo de autocuidado.


Carlos Mauricio Granada Rojas

Museo Nacional de Colombia

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