Ser indígena en Colombia, un reto de entendimiento para todos

Antes de 1991, la historia de los pueblos indígenas no era contada por ellos mismos, sino por antropólogos o personas no indígenas de otros países que venían a Colombia a hacer estudios e investigaciones de campo. En otras palabras, había una concesión para hablar de los indígenas y sobre qué significa serlo desde afuera.

Con la Constitución Política de 1991, hubo un cambio que, treinta años después, se sigue cuestionando.

“Los pueblos indígenas pasaron a ser sujetos de derechos, ciudadanos con voz y voto; ahora, también hemos empezado a revitalizar esa memoria indígena desde nuestro punto de vista; ahora, manifestamos cómo queremos que el país vea a los pueblos indígenas, que entienda y nos vea como indígenas de este tiempo, que nos vean y no piensen en taparrabos”.

Así lo explica Óscar Montero, indígena del pueblo kankuamo de la Sierra Nevada de Santa Marta, ubicada en el norte de Colombia. Como activista, ha recorrido el país y tomado las riendas de la lucha indígena en nombre de su comunidad. Ha conversado con muchos fundadores del movimiento indígena en Colombia, que se refieren a él como una persona joven. Varios le dicen:

“usted ni había nacido cuando empezamos los procesos de recuperación de tierra y de consolidación de la organización”. Pero él tiene una respuesta que parece ser suficiente: “ soy de la generación posconstituyente”.

“Nací en el 88, cuando empezó el proceso de paz, la desmovilización del Quintín Lame, del M-19, cuando estaba cerca la Asamblea Nacional Constituyente”, cuenta. En esos días –antes de 1991– el pueblo indígena kankuamo no quería ser reconocido como tal. En aquel tiempo, la lucha indígena se concentraba en recuperar tierra, no pagar impuestos a los terratenientes; sin embargo, no se reconocía a los indígenas como ciudadanos, sino como menores de edad o salvajes; eran vistos por la sociedad colombiana como animales.

Óscar reconoce que esta ha sido una lucha larga y conjunta: “con la constituyente bajo la manga y con unos derechos adquiridos, logrados después de un proceso de muchos años y siglos de resistencia y lucha de nuestros abuelos, de nuestras abuelas, de muchos mayores y mayoras, líderes y personas no indígenas que lograron que en el 91 se pudieran consolidar unos derechos, consignados en poco más de 25 articulados para la protección de la integridad y vida de los pueblos indígenas en Colombia”.

Así mismo, Óscar dice que, “de una u otra manera, los que nacieron después de [la constituyente] tuvieron facilidades para seguir existiendo en el país”. Esto tiene que ver con lo que él llama los nuevos liderazgos indígenas, que han logrado detener el genocidio físico y cultural contra de estos pueblos. “En Colombia, habitamos 115 pueblos indígenas en todo el territorio nacional y hemos determinado que más de 75 pueblos indígenas están en riesgo inminente de exterminio físico y cultural, a raíz del conflicto armado y del racismo, la discriminación de la violencia estructural, entre otros”.

Óscar también resalta que el pueblo kankuamo estuvo a punto de ser exterminado entre 2004 y 2008: “mataron a más de 400 personas

”luego de ello hubo “visitas humanitarias de países como Noruega, como España, […] múltiples organizaciones internacionales vinieron a Colombia y visitaron la Sierra para decirle al mundo que están matando a un pueblo. Pues eso ha sido un tema de que paró el genocidio en contra del pueblo kankuamo en su momento, lo cual hay que agradecer”.

Pero, ¿qué pasa en el país? Para Óscar, a Colombia todavía le hace falta mucho camino, no solo para entender que los pueblos indígenas son parte de la nación, sino también que tienen su propia cosmovisión, que debe respetarse sin que haya señalamientos o vulneración de sus derechos. Se debe garantizar el respeto a algo tan simple como que el nombre quede bien escrito en el documento de identidad, que los indígenas puedan vestir la ropa de su comunidad para actos especiales en su colegio o que puedan hablar en su lengua sin señalamientos.

La relación indígena con los museos

Óscar cuenta que, frente al tema de los museos, los pueblos indígenas en Colombia tienen un sentimiento particular, que parte del hecho de que, por ejemplo, el Museo Nacional, del mismo modo que otras instituciones, ha sido un espacio que ha robado los símbolos, los instrumentos, los documentos o elementos sagrados de los pueblos indígenas.

“Llegar al Museo Nacional, llegar al Museo del Oro en Colombia o a diferentes museos en el país, y ver allí figuras que son propias de nuestros pueblos, que deben estar en nuestros territorios, porque no es una figura, no es cualquier símbolo, sino representaciones de la vida que ordenan el territorio, que ordenan los mundos que tenemos para nosotros, verlas encerradas en una vitrina, pues eso causa un impacto”, asevera Óscar.

Pese a que las autoridades espirituales de sus comunidades pueden llegar a ver con malos ojos esta situación, porque constituye una transgresión contra las tradiciones, los pueblos indígenas también entienden que, con su colaboración, la narrativa que circula en un museo puede ser diferente.

“El Museo Nacional de Colombia ha entendido un poco que puede aprender de los pueblos indígenas, reconocer el significado y el valor que estos elementos tienen para los pueblos indígenas en Colombia, ha abierto el diálogo”

agrega Óscar refiriéndose a la muestra Acción indigenista, que actualmente está en el Museo y destaca la lucha de estos pueblos entre 1970 y 1991.

Respecto de la representación de los indígenas en el Museo Nacional, Óscar se refiere a una situación que destaca como contradictoria y que sucede justo frente a este espacio del Museo Nacional:

“Uno dice, pero ‘bueno, en el museo talhay cosas y elementos propios de los pueblos indígenas’. ¿Y cómo es posible que los mismos miembros de los pueblos indígenas tengan que pagar para poder entrar a ver sus propias exposiciones, a ver sus propios elementos? Es un tema bien complejo sobre el que hay que seguir hablando, hay que seguir diciéndonos para que realmente lo que se haga sea en bien de preservar y salvaguardar el patrimonio cultural y material del país. Allí mismo es muy importante también […] fortalecer el tema de que no podemos seguir entonces exponiendo elementos de los pueblos indígenas”.

El reto es para todos

Óscar es padre de una niña de 10 años. Él vive con su esposa en Pereira y, según cuenta, su hija es “algo particular”, porque se ha criado entre las mingas, las movilizaciones, las reuniones, los debates y los aportes de sus padres para sus comunidades, en plural, porque esta niña es mitad kankuama y mitad nasa. “A pesar de que vivimos ya en contexto de ciudad, ella ha sido criada con todos los elementos culturales de ambos pueblos indígenas”, destaca.

Por su crianza, ella ha sido ejemplo desde muy pequeña en su colegio: la placenta fue enterrada en el territorio nasa (Óscar tuvo que poner una tutela para que se la entregaran) y, además, su ombligo y la sangre de ese ritual de nacimiento están enterrados en la Sierra Nevada de Santa Marta. Esta niña indígena ha tenido un proceso espiritual, cultural y político muy interesante, porque no ha visto como una imposición la pertenencia a un pueblo u otro, pues asume la identidad de ambos.

En la movilización de la Minga en 2013 en el Cauca, mientras los pueblos indígenas en Colombia estaban logrando la aprobación de dos decretos importantes para el movimiento –uno que tiene que ver con la autonomía en el país y otro relacionado con la protección jurídica de los territorios ancestrales–, la hija de Óscar aprendió a caminar.

Desde muy temprana edad, esta niña indígena ha estado involucrada en la defensa de sus derechos, puesto que fue desplazada cuando tenía 6 meses de vida. Óscar le ha explicado a su hija que, por las fallas del Estado colombiano,

“estamos a años luz para que realmente una niña con las características de ella pueda tener realmente sus derechos como deberían ser”.

Ella hoy es muy reconocida no solo porque su padre la involucra y le enseña el camino que han recorridos sus pueblos kankuamo y nasa, sino porque tiene conocimiento de primera mano de los problemas de violencia del país. A su abuelo lo asesinaron en 2004 por ser un líder indígena en Colombia y defender los derechos humanos.

La niña ha amanecido en los canguros, en las malocas y en los sitios tradicionales espirituales. Defiende su sangre indígena y toma decisiones, como querer graduarse con su atuendo tradicional kankuamo y con algunos elementos del pueblo nasa. “Ella misma ha dicho que así se siente bien y así lo quiere hacer”, cuenta Óscar, para quien su hija es el mejor ejemplo y aporte de crianza que puede tener, porque ella es la muestra viva de que ser indígena es un reto de entendimiento para todos.


Liliana Matos Zaidiza

Magíster en Comunicación Transmedia – Especialista en Comunicación Organizacional, editora y periodista Digital.

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